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La flor

 La flor 

Lo vimos sólo una vez, pero valió la pena (Cisneros 24). Nuestras miradas se cruzaron mientras caminábamos a la calle, yo a mi oficina para otra noche larga con uno de mis compañeros de trabajo, y él a, qué sé yo...para repetir su actividad criminal me imagino.  

 

Pero, déjame empezar al comienzo si serás tan amable. El primer crimen ocurrió en el Hôtel du Nord–ese alto prisma que domina el estatuario cuyas aguas tenían el color del desierto (Borges 157). Fue un choque casi impensable. Este hotel era uno de los lugares seguros que quedaban en la ciudad. Claro, que adentro ocurría una variedad de actos inmencionables cuando la gente quería escapar de nuestra realidad por unas horas. “Apocalíptico” lo llaman mis papás, que a sus 50 años están entre los más viejos aquí. Creo que quizás hay otra mujer que llegó a 55, pero antes de que pudiéramos celebrar su cumpleaños, se desapareció. No sabemos si huyó de la ciudad como los otros mayores para encontrar un lugar más hospedable o si algo se le ocurrió. Antes, mis papás me dicen, “la gente vivía hasta los cien años, y a veces más”. En esta época, no tanto, usualmente debido a las enfermedades. Pero excepto a eso, no me parece un lugar tan mal. La gente me respeta, y soy la detective principal de toda la ciudad. Una mujer, ¿lo creerás? Mis papás también me dicen esto, que en el pasado las mujeres no solían recibir promociones, y ganaban menos dinero por su trabajo. Si algunas cosas son mejores ahora, ¿realmente podría ser un mundo apocalíptico? Esto me pregunto de vez en cuando, pero divago... 

 

Entonces, después de una llamada desesperada del conserje, fui a ver la escena. Apenas podía creerlo que vi con mis propios ojos: una flor de azul, rosa y verde, de pintura en aerosol, en la pared majestuoso del hotel. ¡Colores y grafiti! ¡A la vez! Usualmente encuentro todos tipos de desviaciones, pero esto fue nuevo para mí. El uso de colores afuera de la escala de grises había sido totalmente y estrictamente prohibido por años. Ordenes estrictos desde arriba. No sabía por qué, pero me parece una ley bastante razonable. Además, puedes hacer casi cualquier otra cosa dentro del hotel, con tal de que no contenga colores. 

 

Después de este día, pedí que la seguridad apareciera en cada esquina. Teníamos que prevenir otro caso a cualquier precio. Sin embargo, los colores aparecían por todos lados, incluso otra flor aún más bonita que la primera, esta vez de rojo, naranja y morado en la pared del hotel. La policía trató de impedirlo, pero era como una peste que se metía por todos lados y por muchos que revisaran los carros y detuvieran a los que portaban bultos sospechosos no lo podían evitar (Allende 366). 

 

Un mes después del primer incidente, una policía me llamó mientras investigaba otro crimen–¡un árbol!–pintado en el ayuntamiento.  

 

“Tenemos el criminal,” dijo. “¿Pues sí? Dale el teléfono” respondí. Escuché respiración rápida y ansiosa. El criminal balbuceó. “Oye, estoy muy ocupada. No tengo todo el día. Cuéntame lo que quieres decir y ya.” “A mi confesión la fabricamos, la inventé... (Dorfman 78)” dijo él, entre soplidos.  

 

No sé por qué lo hice–a lo mejor tenía sueno después de tantas horas extras–pero le pregunta a la policía si había seguido el protocolo. “No exactamente”, admitió. “Tenemos que respetar a las reglas. Sin ellas, ¿qué tenemos? Sabes que si torturas a un preso, la ley dice que hay que darle cena antes. Si no comen, la confesión no es válida. Por nivel de azúcar en sangre bajo.” La policía se disculpó, y dejó salir el criminal. Voy a resolver este asunto con la policía cuanto antes; no tolero la insubordinación dentro de mi departamento. Pero por ahora, a descansar. 

 

Y esto fue, cuando lo vi caminando por la calle (lo reconocí al instante porque teníamos su foto por todas partes de la oficina por si acaso las policías lo vieran haciendo algo ilegal), sonreí y continué en mi camino. Y no dije nada aun cuando encontré otra flor, turquesa, bermellón, y violeta en un papel sobre mi escritorio.  

 

Realmente no es nada parecido a un mundo apocalíptico...mis padres están equivocados. 

 

 

Bibliografía  


Allende, Isabel. La casa de los espíritus. HarperCollins, 1982.  


Borges, Jorge Luis. Ficciones. Editorial Sudamericana, 2011. 


Cisneros, Sandra. La casa en Mango Street. Vintage Español, 2009. 


Crédito de foto de http://veldfloraed.blogspot.com/2010/10/i-found-this-post-about-artist-andrea.html.


Dorfman, Ariel. La muerte y la doncella. Siete Cuentos Editorial, 2001. 

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